La serie tucumana Tafí Viejo, verdor sin tiempo es, a su modo, una elegía y una pregunta sobre la Argentina contemporánea.

Por Juan Pablo Tagliafico *
En tierras donde el tren alguna vez articuló trabajo, comunidad e identidad, persisten las huellas del desmantelamiento y la desindustrialización. Tras el desguace de los ferrocarriles, una ciudad entera debe aprender a convivir con los restos de aquello que ya no es: talleres cerrados, historias de desempleo, rastros de un trabajo asalariado convertido más en mito que en horizonte real.
En la ciudad de Tafí Viejo, los limoneros y el verdor del paisaje conviven con las vías por donde ya no pasan los trenes y con los talleres ferroviarios abandonados. En ese escenario, dos jóvenes cruzan sus historias y se enamoran. La trama es, en apariencia, tan sencilla como eso, pero tiene la virtud de inscribirse en una historia más amplia: la de una nación atravesada por la desindustrialización y por las marcas persistentes de clase. Ana (Laura Grandinetti) pertenece a la familia Unquillo, cuyo poder económico dejó una huella en la ciudad; Mauro Muñoz (Emanuel Rodríguez), en cambio, vive en la Villa Obrera y enfrenta cotidianamente las dificultades de la precariedad económica. La serie indaga así en cómo se hace posible —o en qué condiciones lo es— un amor entre personas y mundos sociales tan distintos.
En ese paisaje aparecen otras fuerzas que reordenan la vida: la pérdida del peso de las economías locales —en este caso, la del limón—, la expansión de proyectos inmobiliarios sobre ese verdor sin tiempo y la irrupción de las economías cripto, que movilizan nuevas fantasías de prosperidad y fuga. La serie observa cómo esos flujos —de capital, de tierra y de deseo— se entrelazan en un territorio donde la promesa de futuro parece haberse desplazado hacia la especulación. El conflicto principal se despliega cuando Ana Unquillo, intentando lidiar con la empresa que hereda, se pregunta: ¿quién decide las transformaciones que cambian el trabajo y la vida de las personas? ¿De quién es la tierra cuando el pasado insiste en reclamar un lugar en el futuro?
Ana y Mauro son dos jóvenes que heredan más de lo que imaginan. Ana debe tomar una decisión sobre la empresa que fundaron sus abuelos y que conlleva una historia familiar, deudas. Mauro, quien pareciera no haber heredado nada y solo tener una ausencia, descubre mucho más sobre la historia de su padre y de aquello que este le ha dejado como enseñanza. En ambas historias lo importante es el modo en el que lidian con los fantasmas familiares que se entrometen en su modo de amar, en sus proyectos de vida, en sus decisiones más íntimas. La familia, para ambos, es un espacio de herencias materiales y simbólicas donde se disputa la posibilidad de un destino propio y común.
La tierra, en tanto, aparece como portadora de identidad, memoria y conflicto. Tafí Viejo no es sólo paisaje: es el espacio de una historia sedimentada, un campo de disputas, un territorio donde se cruzan memoria, deseo y negocios. Es también el lugar donde se intenta construir el imaginario de un futuro que se presente como deseable. El amor entre los protagonistas se presenta, entonces, primero como redención, pero sobre todo como una tentativa de asumir —sin garantías— aquello que se hereda.
La familia, la propiedad privada y el amor, como canta Silvio Rodríguez: tres formas de vínculo atravesadas por el tiempo, la pérdida y la necesidad de imaginar otra vida posible entre las ruinas y el verdor.
*Juan Pablo Tagliafico es Doctor en Ciencias Sociales, Magíster en Sociología de la Cultura y Sociólogo, docente-investigador de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y bostero.